Mi compromiso con la Seguridad Vial

Mi pasión por la enseñanza y por el automóvil, me viene quizás de antes de mi nacimiento .Mi padre trabajo con el cinco veces campeón del mundo de formula 1, Juan Manuel Fangio en Argentina como mecánico y carrocero. Nací en Uruguay en un taller de coches, y me temo que alguna vez me cambiarían el biberón por gasolina, hijo de un sevillano, trianero para más señas y de una "granaina" de Guadix, "casi na", como se dice en mi Andalucía.

Traigo en los genes una verdadera obsesión por los coches, mi señora esposa que la lleva aguantando (la obsesión) muchos años, dice que si alguna vez la engaño será con una "furgoneta".Dedique 15 años de mi juventud a competir en los Rallyes, llegando a ser subcampeon de Andalucía en 1987. He colaborado con varios medios de comunicación especializados del motor, probando coches y escribiendo de ellos, he llevado la delegación de Andalucía de Motor Press Iberica con revistas tan prestigiosas como Autopista, Automóvil y Coche Actual.En el apartado de la Seguridad Vial llevo toda mi vida comprometido con la educación vial de los niños en los colegios y en la formación de los futuros profesores de autoescuela, ademas del perfeccionamiento de la conducción para conductores en general, ahora en el Circuito de Jerez.Sí en todos estos años he conseguido influir con mis consejos, aunque sea a una sola persona y esto ha servido para evitar un solo accidente, me considero satisfecho y recompensado.Lucho por conseguir desde mi trabajo y mi actividad,conductores seguros y responsables y acabar o reducir esa lacra social que es el accidente de tráfico.

domingo, 23 de enero de 2011

El precio del progreso.



Cristóbal Colón, en su intento de llegar a las Indias, topó con América accidentalmente. Su viaje pretendía abrir una nueva ruta comercial que era muy muy lenta, y consiguió llegar a América en poco más de dos meses. Hoy día se tardan unas horas en hacer ese trayecto, es el progreso.
Lo que hace unos años requería meses, semanas o días, ahora está resuelto en cuestión de horas, o de minutos… como volar de Madrid a Jerez de la Frontera, el vuelo no tarda ni una hora en llegar. Vivimos en el Siglo XXI, y la velocidad está presente en muchos aspectos de la vida moderna.
Se nos ha venido a llamar “la sociedad de la prisa”. En relación a este comentario, me quedo con unas palabras de Manuel Reyes Maté (profesor del CSIC y del Instituto de Filosofía de la UAM) con motivo del VII Foro Nacional contra la Violencia Vial. Dijo que las víctimas de tráfico tienen en su contra el prestigio del progreso.
De acuerdo, el progreso trae consigo una serie de riesgos. Podemos volar en avión a mucha velocidad, pero podemos estrellarnos. Un barco puede naufragar. Un tren puede descarrilar. Un automóvil puede accidentarse también. El único desplazamiento sin riesgo es el que no tiene lugar, es la única forma de asegurarse.
 Se ve a las víctimas como un precio más por el progreso, por eso se minimizan hablando de “accidentes de tráfico”, y despreciando su número respecto a los que mueren en atentados terroristas, catástrofes naturales, conflictos bélicos… hasta víctimas de vuelos o naufragios.
Podemos tomar medidas que reduzcan mucho los riesgos para retrocede en el progreso, pero cimentando la seguridad hasta extremos muy poco concebibles. ¿Cómo podemos pensar en la siniestralidad cero? No podemos asegurarla ni informatizando el 100% de la tarea de conducir, por eso los objetivos de “cero muertes” son ideales, no reales.
¿Qué pasaría si limitamos el tráfico rodado a 40 km/h, suprimimos los aviones, dejamos los trenes a 60 km/h y prohibimos las motocicletas y bicicletas? A buen seguro las víctimas del transporte descenderían exponencialmente, llegando a niveles casi residuales… ¿pero tal cosa nos interesa?
Nuestro estilo de vida actual tiene mucho que ver con la velocidad. Podemos hablar de las telecomunicaciones, el transporte, el desarrollo… cuanto más rápido vamos, más rápido queremos ir. Si no fuese por los límites que impone la física, ni eso sería un problema. Hasta la velocidad de la luz se consideraría lenta algún día.

Más de uno habrá oído hablar de la “Locomotive Act”, que data de 1865, limitando la velocidad por carretera a 6 km/h, y en zonas urbanas a 3 km/h. Acabó siendo demasiado decimonónico incluso para el Siglo XIX... hasta los caballos de los romanos iban más deprisa, y eso fue 1.000 años antes. Iba contra el progreso.
¿Cuál es la idoneidad de los límites de velocidad. Podemos elevarlos, pero no a cambio de nada, habría que “asumir” un coste en vidas humanas, no solo en emisiones contaminantes o desgaste mecánico. ¿Y qué rango de velocidades es el adecuado?
Es una pregunta que tiene miga. ¿Por qué 120-130 km/h y no 80 km/h? Así habría menos accidentes, ¿no? ¿Y por qué no 150 km/h? ¿Tanto subirían los accidentes? ¿Y por qué no 200 km/h? Al final, se trata de encontrar un balance entre progreso, coste humano, coste ambiental… no es una cuestión nada fácil y es muy compleja.
Las víctimas colaterales siempre van a existir mientras haya transporte, pero ha de trabajarse en su minimización en lo humana y técnicamente posible. Si el progreso permitiese más velocidad sin consecuencias negativas… sí, todo iría más rápido. Por ejemplo, la alta velocidad en Internet no hace daño a nadie…

La sociedad se conciencia progresivamente de la necesidad de prestar atención a las víctimas de tráfico, que como otro tipo de víctimas, no tienen esa condición por gusto o deseo propio. Es una catástrofe que se estrelle un avión… y que el mismo número de personas se mate en coche, solo cambia la “velocidad de mortalidad”.
La educación ha de sostenerse en valores morales, como algo fundamental. La cortesía, el respeto a los demás… deben ser parte de la conducción como algo ineludible, dejando de ser algo accesorio o deseable.
Educar es la mejor manera de conseguir conductores responsables y seguros, pero es una forma de actuación a largo plazo y requiere tiempo para que se noten sus efectos. Cuanto mejor sea la educación de un conductor, más seguras, apacibles y agradables serán las carreteras. En este sentido creo que todos estamos de acuerdo. La técnica no puede hacerlo todo.
¿Qué nivel de víctimas estamos dispuestos a soportar en pro del progreso? ¿Hasta qué punto podemos luchar contra la cultura de la inmediatez, la impaciencia y la prisa? ¿Alguien sacrificaría a una persona querida por mantener esta cultura? Si la respuesta es no, ¿por qué entonces sacrificar a otras personas? Es una cuestión delicada…

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